jueves, 23 de junio de 2016

JOAQUIN JORDA DIEZ AÑOS.

CRONICA DE UN REENCUENTRO

Conozco (me resisto a hablar de él en pasado) a Joaquín Jordá desde hace muchísimos años, pero nunca habíamos sido amigos de verdad. Yo respetaba mucho su trabajo, él respetaba el mío. Cuando podíamos colaborábamos juntos, (el pase de Un cos al bosc en Rotterdam cuando yo trabajaba para ese festival; la invitación a Pesaro dentro del programa de Nuevo Cine en España donde se programó Monos como Becky; la proyección de De nens en el Festival de Donostia-San Sebastián). A veces discutíamos (él quería pasar 20 años no es nada en la Sección Oficial de San Sebastián y yo le decía que no era una buena idea, al final no vino y eligió Valladolid). Joaquín era un habitual en las exposiciones de mi marido Ramón Herreros. Le gustaba mucho su pintura y había estado a punto de comprarle un cuadro en una ocasión. Nos veíamos esporádicamente, siempre con placer.

Mi relación con él cambió a principios del año 2006 cuando me llamó el director del Festival de Turín para pedirme que organizara una retrospectiva de Joaquín Jordá para el festival de este año. Le dije a Roberto Turigliato que encantada, que me apetecía mucho, pero que debía saber que Jordá estaba muy enfermo. Él no tenía idea de su enfermedad y me dijo que no importaba, que se hacía igual. Roberto vino a Barcelona a mediados de marzo a ver las películas que no conocía en la Filmoteca. Se entusiasmó con ellas y ahí empezó todo.

Hablé con Joaquín Jordá a mediados de abril, justo pocos días antes de empezar el ciclo que el MACBA, en colaboración con ARTELEKU y Donosti-Kultura, de San Sebastián, dedicaba a su obra. Fui a la presentación del ciclo y le vi por primera vez desde hacía mucho tiempo. Desde que estaba gravemente enfermo. La sorpresa fue enorme. Me encontré con un Joaquín lleno de energía, de inteligencia, de fuerza. De sentido del humor y de paciencia en una presentación bastante tediosa que insistía en afirmar su falta de estilo como una virtud a la que él respondía: “Tal vez sea verdad, porque jamás he jugado a tenerlo, a lo mejor tendré que ir digiriendo ese criterio”.  Y afirmaba con rotundidad: “Desde que empecé, he tenido una cierta continuidad: un compromiso con la realidad ética. Jamás me he contaminado haciendo cosas que no deseara hacer. Eso es algo de lo que me siento muy orgulloso”. En esa presentación, Jordá comentó cosas acerca del film que estaba montando y de un montón de proyectos que bullían en su cabeza. Nadie habría dicho que era un hombre enfermo.

Al final del acto me encontré con él y quedamos para vernos en la primera mesa redonda dedicada a él en el MACBA unos días más tarde. La cita era delante del museo una hora antes de la mesa. Cuando llegué allí, me encontré con que la zona estaba acordonada por la policía. Por un momento pensé que era por su cine y por su figura, pero no. Los Reyes de España, estaban inaugurando una exposición en el CCCB, justo al lado, y eso eran medidas de seguridad. Medidas que hicieron que nuestra cita fuera imposible: yo estaba en un sitio, Joaquín en otro, separados por un cordón de policías. No fue grave, le vi un momento antes de la mesa y hablamos rápidamente.

La mesa redonda fue tediosa, aburrida y larguísima. Su paciencia iba desapareciendo poco a poco a medida que oía los lugares comunes y las repeticiones habituales de su trayectoria en los tiempos lejanísimos de la Escuela de Barcelona y los años italianos que él, no quería olvidar, pero si consideraba completamente superados y sobre todo completamente distanciados de su trabajo y su vida actuales. Fue el primer momento en que me di cuenta de que el famoso ictus que le afectó el cerebro en 1997 dejándole sin la capacidad de leer y de orientarse, había sido en realidad un renacimiento para él; comprendí que todo lo que había sido su vida antes le sonaba como si fuera la vida de otra persona: el Joaquín Jordá anterior que ya no era  el Joaquín Jordá de ahora.
También me di cuenta de otra cosa. Joaquín había sido siempre, (antes y después del ictus) una persona muy irascible, muy poco tolerante con la estupidez humana. Pero ahora, destilaba una infinita paciencia (que se consumía lentamente en esa horrible y aburrida mesa redonda) con las debilidades de unos y otros. Acabó por fin la pesadilla del túnel del tiempo y tuve oportunidad de ir a cenar con él y un pequeño grupo de gente.

Ese si fue mi primer reencuentro con él. En la cena estuvo brillante, divertido, irónico, recordaba anécdotas de todo tipo. Algunas ya se las había oído alguna vez, otras me resultaban nuevas. Se me olvidó por completo su enfermedad viéndole hablar, comer, beber, fumar. Al acabar la cena, Dária Esteva y yo le acompañamos hasta la calle de la Cera donde vivía desde que volvió a Barcelona. Me despedí hasta el día siguiente en que había otra mesa redonda.
Me temía lo peor (y él también), pero lo cierto es que esta segunda mesa redonda resultó muy divertida, muy movida y desde luego nada convencional. Gracias, sobre todo, a la intervención de Manuel Delgado, viejo amigo de Jordá, que no tuvo reparos en decir que “hacer un ciclo de tu cine en un museo como este es enterrarte antes de hora. Este museo es el cementerio de los elefantes y tu cine merecía ser visto en la calle”.  Jordá se subió al carro que le proponía su amigo y empezó a lanzar ideas desconcertantes: “lo primero que hago por la mañana es escuchar la COPE (cadena de radio de los obispos de extrema derecha) y empezar el día con las diatribas de Federico Jiménez Losantos (director de uno de los programas más fascistas de España). Es muy instructivo”. Luego se declaró fan de los culebrones de TV3 (El cor de la ciutat sobre todo). Acabó reivindicando lo inesperado frente a lo previsible y la piratería frente a la institucionalidad. Reconoció que en realidad había vuelto a nacer hacía diez años y que por eso tenía una mentalidad tan libre y sin prejuicios y reivindicó la figura de la Alicia de Lewis Carroll como guía de conducta. Me lo pasé tan bien como, creo, que se lo pasó él. Aproveché ese día para hablarle del proyecto de la retrospectiva y el libro, pero sin profundizar en nada. Estaba contento, pero cansado.

Unos días más tarde, poco antes de irme a Cannes, pasé por su casa a dejarle una carta donde le contaba detalladamente la idea de la retrospectiva, del libro, el texto que había escrito para la presentación en Turín. Pensaba que no le iba a encontrar y mi idea era dejárselo a Alejandra, la chica que le estaba ayudando a poner orden en sus cosas. Pero sí estaba. Estaba mal. Estaba en la cama. Le dolía el cuerpo y su alma estaba también dolida. De pronto me di cuenta que si estaba enfermo, que su apariencia  de fortaleza nacía de una enorme fuerza de voluntad, pero el cuerpo iba cediendo. Le deje la carta, le di un beso y me marché, dejándole en compañía de un chico que le cuidaba con todo amor.

Al volver de Cannes le llamé. Estaba montando y no quería parar. Le pedí permiso para ir a montaje con él una mañana. Me dijo que sí. Cuando llegué a Ovideo, me estaba esperando. Me presentó a Nuria Esquerra, una chica muy joven y muy inteligente ex alumna suya con la que estaba montando Más allá del espejo. Estaban trabajando en el último corte y pude ver como se entendían casi sin palabras. Fue un privilegio y un placer. Nuria interpretaba sus ideas casi antes que las formulara. El film iba naciendo en la pantalla. Me contó la historia de Esther Chumilla, la chica con agnosia que ha conseguido superar la parálisis y ahora da clases a niños con problemas; de Rosario, la  profesora murciana que padece alexia; de Yolanda, la chica ciega que ha superado su situación; de él mismo. Habló mucho y con calma de lo que era ese film para él.
Al mediodía le acompañé hasta su casa. Tenía que ir al médico. Se le veía cansado, pero muy contento del trabajo que estaba saliendo.

Al día siguiente venía Roberto Turigliato a Barcelona para conocerle aprovechando que se acababa el ciclo en el MACBA y se iban a proyectar imágenes de sus últimos trabajos. Se lo presenté en medio de un animado grupo de gentes del cine que pululaban por los alrededores del CCCB, donde se estaba celebran el Congreso de Cine Europeo, y el MACBA. Estaban ahí Marc Recha, Ricardo Íscar, José Luís Guerín, … Había un cierto desconcierto, nadie sabía que se iba a ver exactamente. Al final se pusieron los dos cortos sobre urbanismo que integran Descontrol urbano, que acababa de realizar. Después hubo una mesa redonda llena de tensiones en la que el tema central fue el enfrentamiento entre cine en 35 mm y cine digital. Joaquín se alineó con Recha en la defensa a ultranza del cine en celuloide y 35 mm., aunque se le notaba irritado, como si esa absurda discusión fuera una solemne tontería cuando había cosas más serias en juego: la vida, por ejemplo.

Esa noche se marchó con su mujer, María Antonia, sin esperar a charlar con nadie. Yo había hecho una cita con él al día siguiente, en la terraza del bar de la Filmoteca en las Ramblas, para que pudiera hablar con Roberto antes de la presentación del libro de Laia Manresa.

Fue puntual y más que puntual. Llegó incluso antes de la hora. Esa conversación bajo un sol de justicia un día de junio, iba a ser la última que tenía con él. Roberto y Joaquín se entendieron muy bien. Hablaban el mismo idioma (y no me refiero al italiano), Roberto escuchaba con atención las cosas que Jordá le contaba de su etapa italiana, de su vida en Roma, de los films que había hecho para el Partido Comunista Italiano, del proyecto de hacer una película sobre la mujer de Toni Negri, de su último encuentro con el ex brigadista en San Sebastián un par de años antes. Habló de sus proyectos y de la ilusión que le hacía la retrospectiva de Turín. Al acercarse la hora de la presentación del libro de Laia Manresa, le recordé que debíamos ir al Palau Marc. Se sintió ligeramente desorientado al bajar a la calle, pero enseguida aceptó la ayuda para llegar al lugar donde le esperaba una Laia nerviosa pero feliz.

No había mucha gente en la sala, pero todos eran amigos. Roc Villas los presentó, Laia leyó la introducción del libro y luego habló él. Habló de Laia, de la gente que trabajaba con él, de sus chicas, de sus alumnos, de su vida. Habló de su enfermedad con una entereza y una sencillez que desarmaba; habló del ictus, del coma, del cáncer. Habló de cómo había cambiado su vida para bien después de cada uno de estos “incidentes”. “Nunca habría hecho las películas que he hecho si no hubiera tenido el infarto cerebral. Mi idea, antes de eso, era retirarme a leer todo lo que me faltaba por leer y releer todo lo que quería releer. Como me quedé sin esa posibilidad, busqué en la imagen una ayuda y la imagen me llevó a hacer el cine que he hecho en estos diez años”. Habló del cáncer no como un enemigo al que vencer, sino como algo con lo que convivir, aprendiendo de él cada día. Habló del inmediato pasado y el inmediato futuro. Acabar el film que tenía entre manos, comenzar el musical… Fue impresionante. Entonces no me di cuenta, pero fue una despedida.

Jordá se fue a comer con Laia y Roc Villas. Le di un beso y le emplacé a un encuentro después de su viaje a San Sebastián donde iba a clausurar el ciclo. Ya no le vi más. Joaquín acabó de montar la película con Nuria Esquerra el martes 20 de junio; viajó a Donostia el 21; volvió el 22 y… tiró la toalla. Estaba demasiado cansado y en su enorme capacidad de decidir sobre su propia vida y su propia muerte, escogió morir sin dolor, sin agonía, sin espanto. Al contrario, con la paz y la serenidad de quién sabe que ha hecho siempre lo que ha querido (y lo que ha debido) en todos los ámbitos de su existencia.

Me enteré de su muerte el día 24 al mediodía. Fue un golpe, no por sabido más inesperado. Me había acostumbrado tanto a la idea de que iba a durar mucho tiempo, que no supe como reaccionar a la idea de que ya no le vería más. Pasé toda la tarde sumida en una tristeza enorme. Hasta que me di cuenta que no era eso lo que Joaquín habría querido. El habría querido que se sacara de su muerte una nueva experiencia de vida, que sirviera para fructificar, no para cerrar o clausurar. Él habría querido que siguiera adelante. Y me di cuenta, de pronto, que Joaquín había muerto en el día más bonito del año: el 24 de junio, el día de San Juan, el día más largo, más luminoso, más vital; el día en que la naturaleza se renueva y renace. Y pensé que era un regalo que nos hacía a todos, una señal si se quiere, de renovación y de renacimiento.

Al día siguiente, en la reunión informal que se hizo entorno a su cuerpo en el Cementerio de Collserola, me sentí extrañamente bien. Al principio no quería verlo, pero luego me pregunté. ¿Por qué no? Joaquín estaba guapo, más guapo de lo que nunca le había visto. Con una sonrisa de felicidad y de serenidad que le iluminaba el rostro. Dormía y soñaba. Estoy segura que soñaba con ese espacio esponjoso y cálido del que hablaba a veces con nostalgia. No fue una despedida, fue un hasta pronto.

Este libro y esta retrospectiva son el cumplimiento de ese hasta pronto que le debía y que me debía a mi misma y a todos los que han colaborado para que sea posible. Gracias a todos, gracias a ti, Joaquín.

Barcelona, 28 de junio de 2006

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