La obra maestra escondida
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De vez en cuando se estrenan en nuestras pantallas films que son grandes regalos inesperados, eso es La belle noiseuse, La bella mentirosa en su título español, el regalo de una obra maestra que pasa de desconocida a conocida dos años después de ganar el Gran Premio del Jurado en el festival de Cannes de 1991 y cuando su director, Jacques Rivette, está a punto de terminar una nueva película llamada Jeanne la Pucelle, sobre la figura de Juana de Arco. La bella mentirosa se estrena en sus dos versiones, la larga y la corta, lo cual permite disfrutar de ella a dos niveles distintos. Porque no se debe pensar que una es simplemente resumen de la otra, no.
Son dos trabajos independientes, construidos sobre la misma base, pero montados a partir de tomas diversas en función del tiempo que cada una de ellas necesita para contar la historia, la misma historia. El tiempo es la palabra clave de este film, el tiempo que Jacques Rivette necesita para contarnos el nacimiento de una obra maestra, la de la ficción y la suya propia. La versión larga permite el placer de sumergirse en un proceso creativo y vital que necesita un ritmo específico, un dejar pasar los minutos contemplando una mano que pinta, oyendo el rumor del lápiz sobre el papel. Disfrutar de las cosas a medida que suceden, vivir la pasión en cada segundo, saber que no quieres que acabe nunca ese momento. La versión corta es otra cosa. No en balde se subtitula Divertimento, haciendo alusión a una breve obra de Stravinsky escrita sobre el material de una ópera mucho más larga. Un divertimento que debe verse separadamente y como complemento de lo anterior, porque es y no es la misma película
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La historia. Estamos en la Provenza francesa. El sol brilla, se siente el olor de las plantas, es verano. Nicolás, un joven pintor de moda, y su novia, Marianne, han sido invitados por Porvus, un rico coleccionista de arte, a visitar a Freenhofer, un famoso pintor que vive retirado en un hermoso chateau con su mujer Liz, que fue su modelo favorita. Hace diez años que Freenhofer no pinta, hace diez años que Liz no posa para él, desde que dejaron inacabada la que debía ser una obra maestra, el cuadro llamado La bella mentirosa.
La llegada de Porvus y la joven pareja altera la frágil apariencia de tranquilidad en que viven Liz y Freenhofer. Espoleado por su amigo, el pintor acepta el reto de concluir la obra inacabada, pero con otra modelo: con Marianne, la novia de Nicolás. Nicolás no duda ni un instante y le entrega a su mujer a cambio de ver la obra maestra. Marianne no entiende porque lo hace Nicolás, pero acepta. Durante cinco días Freenhofer y Marianne se encierran en el estudio que se convierte en un lugar sagrado, vedado a los no iniciados, es decir a todos menos a Liz, que sigue de lejos el proceso de nacimiento del cuadro. En esos cinco días, Freenhofer pasa de la indiferencia a la posesión; Marianne pasa de la rabia a la entrega.
El resultado será la obra maestra que nadie verá. Nadie excepto su autor, Marianne que no se reconoce en ella y Liz, que sabe que su imagen está debajo, sustentándola. Freenhofer esconde el cuadro en una pared, tapiándolo como en un cuento de Edgar Allan Poe y pinta en pocas horas un cuadro magnífico, que todos saben que no es la obra maestra, pero que todos fingen aceptar como tal. El ciclo se cierra, la vida sigue su curso y ya nadie será igual a como era antes de vivir estos cinco días de transformación.
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Mejor que continuar escribiendo de La bella mentirosa, es citar unas palabras de Rivette que explican su posición ante el film. La pintura forma parte de las grandes tentaciones del cine, pero todo el mundo sabe que el cine es lo contrario de la pintura. El cine es un arte impuro, complejo, entre la novela, el teatro, la pintura, la música, la danza, etc. Es normal, por tanto, que desde este lugar un poco indeterminado en medio de las artes tradicionales, tengamos ganas de mirar de pronto a un lado, de pronto a otro. He intentado hacer un film que no habla de pintura, sino que se acerca a ella en un primer nivel, para, cuando empieza a existir de verdad, retirarse respecto a lo que sucede en el estudio del pintor. Pasa al otro lado del cuadro y no vemos jamás el trabajo.
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Para terminar esta poco ortodoxa crítica de una película que justifica el espacio que ha ocupado, voy a permitirme recordar, de forma igualmente poco ortodoxa, algunas de las cosas que he escrito sobre La bella mentirosa a lo largo de estos dos años:
Con La belle noiseuse Jacques Rivette se ha superado a si mismo y ha hecho una auténtica obra maestra. El film habla de pintura, habla de cine, habla del dolor de la creación de una obra de arte que implica una entrega total.
(El Observador, 15 de mayo 1991)
Rivette ha conseguido hacer una obra total con un personaje que es una quimera de tres cabezas, un ser maravilloso formado por la suma de Jacques Rivette, director, Michel Piccoli, actor y Bernard Dufour, pintor. Con la materia de los tres se construye un ser único que es a la vez cineasta, actor y pintor. Si Rivette inventó a Freenhofer, Michel Piccoli le puso rostro y cuerpo, miradas y dolor y Bernard Dufour aportó la mano que dibuja y pinta tomándose el tiempo necesario para hacerlo, sumergido en el silencio, roto solamente por el sonido del lápiz sobre el papel, pasando del carbón al óleo, del dibujo a la pintura, en un proceso de vaciado de la modelo, una Marianne hermosa en su desnudez.
(Set Dies de El Observador, 16 de febrero de 1992).
En las horas de encierro en el estudio, Marianne y Freenhofer pasan todos los grados de las relaciones, de amor a odio, de desprecio a posesión, de vacío a plenitud. Freenhofer obliga a la modelo a todo tipo de sacrificios, tanto físicos con posturas imposibles, como morales, con renuncias humillantes, pero al mismo tiempo, la modelo obliga a Freenhofer a mirar de otra manera, a trabajar de nuevo, a buscar en sí mismo lo que creía definitivamente olvidado. La relación es mutuamente enriquecedora y mutuamente aniquiladora.
(Arc Volatic nº 19, 1992)
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