(Entrevista con Ana María Matute publicada en la revista Que Leer en noviembre de 1996)
Uno de su editores, que la conoce muy bien, la define como La bella durmiente con un ojo abierto. Eso es Ana María Matute, una mujer que vive en la inocencia, pero disfruta de la inteligencia. Vuelve a la línea de fuego con la publicación en los próximos días de una nueva novela largamente esperada: Olvidado Rey Gudú.
Hay personas que, a pesar de los sinsabores de la vida, siempre consiguen salir a flote gracias a su fuerza interior. La escritora Ana María Matute es una de ellas. Siempre renace. Con el paso de los años, su capacidad creativa sigue intacta y, además, recientemente acaba de ser elegida miembro de la Real Academia de la Lengua. Un reconocimiento que hace justicia a la calidad literaria de su obra.
NV. Cuando venía hacia aquí, pensaba, cómo voy a empezar esta entrevista y lo voy a hacer con un tópico: el calor.
Ana Maria Matute: No me hables, no lo puedo soportar. Para mi es un enemigo personal. ¿Sabes cómo lo llamo yo? Cuando empieza el calor, digo Ya llegó la Bestia. Lo veo con tres seises.
NV. Enlazando con esto, me preguntaba el calor que debía hacer en el 36 cuando estalló la guerra.
AM. Hacía un calor tremendo. La noche del 18 de julio teníamos todo preparado para irnos a la playa, cuando llegó mi padre y nos dijo: la pelota está en el tejado. Yo no entendía nada, tenía 10 años y me imaginaba a Franco sentado en un tejado con una pelota.
NV. Bueno, luego España se convirtió un poco en su pelota. No era una imagen tan descabellada. Pero antes de eso ¿cómo era Barcelona?
AM. No te lo puedo decir, yo era una niña que salía a la calle con mis padres y con la niñera. Iba al colegio, tenía una visión de Barcelona muy limitada, como de Madrid. Porque nosotros vivíamos la mitad del año en Barcelona y la otra en Madrid. Era un mundo muy cerrado que se nos abrió cuando la guerra. La guerra era de una crueldad espantosa, pero nos abrió el mundo.
NV. Pero usted era muy pequeña.
AM. 10 años, tampoco tanto, además tengo una memoria tremenda. Me acuerdo de cuando me cogían en brazos. A mi madre le había contado cosas y ella me decía: no puede ser, tu tenías solo un años, no puedes acordarte, y yo me acuerdo. Me acuerdo de una cosa muy especial, estar en brazos de alguien, no se de quién, que me mecía y veía una lámpara japonesa con una luz muy suave que me daba una sensación de cobijo, de paz, de confort, que después he añorado muchísimo.
NV. ¿Ha buscado una lámpara japonesa toda la vida?
AM. Si, pero no ha vuelto a aparecer. Aunque no me puedo quejar, lo he pasado muy bien en la vida, he sufrido mucho, pero también me he divertido horrores. Cuando me separé de mi primer marido, encontré alguien que me hizo muy feliz.
NV. La verdad es que no debió ser fácil atreverse a vivir con un hombre sin casarse en aquella época, porque debemos hablar de los primeros años sesenta.
AM. Si, era en los años 60. Me acababa de separar y me habían dado -¡por fin!- la custodia de mi hijo. En ese momento yo no quería saber nada de ningún hombre, pero cuando conocí a Julio en casa de unos amigos, tuvimos un flechazo inmediato. Yo no me podía volver a casar, por las leyes españolas, ni falta que me hacía. Fui muy feliz con él durante 28 años. Tuve que soportar muchas cabronadas, pero las personas que a mi me interesaban y cuya opinión me importaba, estaban completamente de acuerdo conmigo. Solamente los intolerantes no lo aceptaban; pero esos me daban y me dan igual..
NV. Usted tenía 17 años cuando escribió Pequeño Teatro ¿cómo es posible empezar a escribir a esa edad?
AM. No. Yo empecé a los cinco años. Se conservan cuentos míos en la Universidad de Boston que mi madre guardaba. Guardaba la revista que hacía durante la guerra, cuando tenía 10 años, cuentos de los 14 años. Pequeño teatro lo escribí con 17 años. Entonces dirigían la Editorial Destino Ignacio Agustí, Joan Teixidor y Joseph Vergés. Yo llegué con mi cuaderno cuadriculado de tapas negras, escrito a mano, sin pensar que me fueran a recibir. Pero un empleado que había allí, un chico joven la que se ve le hice gracia o le di pena, tras esperar tantos días, me dijo: “Yo la pasaré, el señor Agustí la va a recibir”. Ignacio Agustí era un caballero, una persona muy correcta, muy agradable. Yo tenía un pánico tremendo, porque era muy tímida. Agustí me pidió que pasar el original a máquina y lo enviara. Al cabo de seis o siete días, salía de casa y me encontré con él que vivía dos manzanas mas arriba. Me sorprendió que me reconociera, me dijo que les había gustado mucho el libro y que lo iban a publicar. Me quedé, mira, si me pinchan no sale sangre. Tuve que ir con mi padre para firmar el contrato porque era menor de edad. Me acuerdo que Vergés decía: “¡Pero si aún va con calcetines!”. Luego, animada por el éxito, me presenté al Premio Nadal y quedé en tercer ligar con Los Abel. Entonces decidieron cambiar el orden y publicar primero Los Abel porque era mas madura. Pequeño teatro quedó aparcado. Once años mas tarde lo corregí un poco, no mucho, lo mandé al Premio Planeta y lo gané. Siempre me he llevado muy bien con todos mis editores, no he tenido problemas con ninguno. En eso si creo que he sido muy afortunada, he sido y soy, una privilegiada, porque nunca tuve problemas para publicar. Nunca eh vuelto a ir con un libro debajo del brazo, al contrario. Mi problema era que me los pedían.
NV. Pequeño teatro me gusta mucho, se nota que está escrito por alguien muy joven
AM. No está mal. Además no era nada autobiográfico. No tenía nada que ver conmigo. Nunca he escrito nada autobiográfico directamente, a excepción de un libro que se llama El río que escribí cuando volví con mi hijo al pueblo de la Rioja donde mi madre tenía la finca y estaba entonces sepultado bajo un pantano. Fui a la casa que mis hermanos tenían allí. Yo nunca quise comprar ninguna casa allí, porque me acordaba de cómo era el pueblo antes de que lo inundaran, y me daba mucha pena verlo ahogado. A raíz de aquello fui publicando en la revista Destino pequeñas crónicas que luego reuní en un libro que se llamó El río. Eso es lo único que reconozco como autobiográfico.
NV. ¿Por qué decidió dedicarse a la escritura?
AM. Es lo único que sé hacer. Sé cocinar, pero para lo demás soy un desastre. Yo no estudié mas allá del bachillerato, en aquella época no era normal que una chica estudiara una carrera. Soy autodidacta total. Pero mi familia no me impidió nada, mi madre me apoyaba mucho y mi padre estaba contento. Se llevaron una sorpresa cuando me publicaron el primer libro. Ellos sabían que yo escribía, pero lo que no les dije es que había ido a Destino y cuando les conté que me querían contratar un libro, no se lo creían. Luego, cuando vieron el libro publicado, estuvieron encantados. Mi madre era muy severa, pero tenía mucha ilusión de que yo fuera escritora, me ayudaba en todo. Si tenía que pasar una cosa a máquina, ella me dictaba de maravilla. La echo mucho de menos, era una gran ayuda.
NV. ¿Cómo era la Barcelona de los años 50?
AM. Depende de la actitud que tuvieras. Yo era una muchacha muy decidida, con muchos amigos, muy lanzada. En la época en que mi hermana no podía salir por la noche con su novio oficial, con el que se iba a casar, yo salía de noche con quién quería y sin problemas. Rompí mucho hielo. Recuerdo que, con mi grupo, iba a las tabernas del Barrio Chino, entonces era algo inaudito. Tenía una idea muy clara de mi libertad, que sigo teniendo.
NV. ¿Y por dónde pasa la libertad?
AM. Por ti mismo, es una actitud mental. No dejarte sojuzgar por nada, ni por el que dirán, ni por la piedad; solo por tus convicciones. A la larga la gente que te quiere, te entiende.
NV. Pero para eso hay que ser muy fuerte.
AM. Yo soy muy fuerte, he sufrido mucho físicamente y también en el otro aspecto. Aparte enfermedades, he tenido siete operaciones y ahora tengo el tobillo roto por tres sitios. Me caí la noche del Nadal de hace tres años, cuando se cumplían 50 años del premio. Me rompí el tobillo y, aun asi, aguanté toda la cena sin decir nada, como el impávido soldadito de plomo de Andersen, incluso, como él, con la pata rota. De allí fui al hospital, estuve tres meses hospitalizada. Y aún tengo problemas para caminar. Pero al mismo tiempo soy muy frágil y muy vulnerable, me puede hacer daño cualquiera, hacerme daño a mi es lo más fácil del mundo. Sin embargo, cuando llega el momento en que hay que responder ante la vida, no sabes la fuerza extraña que me sale no sé de dónde.
La llegada de la fotógrafo Pilar Aymerich provoca el comentario de Ana María Matute:. “Tengo una carpeta que se llama la Galería de los Horrores donde están muchas de las fotos que me han hecho. Porque yo soy muy gestera y me muevo mucho y cuando me hacen fotos naturales, salgo con un ojo aquí, la mano allí, es una galería de monstruos”. Pilar le pide que cambie de posición y ella propone.”La que saldría estupenda es tapándome la cara. No se me vería ninguna arruga. Yo comprendo que no tengo 20 años, dentro de dos días cumplo 70 y además estoy sudando, asi que saldré con unos brillos… ¡Cómo aprieta el calor! Josefina Aldecoa tiene mi edad y está estupenda. ¡Yo que era delgada y ahora parezco una albondiguilla! Pero enorme, claro.”
NV. Le voy a hacer una pregunta un poco tópica ¿escribir es un trabajo o una forma de vida?
AM. Es una forma de vida, es una forma de estar en el mundo, de ser. Yo no puedo separar la literatura de mi vida. Desde niña, escribir está unido a vivir. Por ejemplo, el libro que estoy acabando ahora Olvidado rey Gudú. Lo tengo escrito hace 25 años, era un deseo antiguo, pero no lo quería publicar por manías. Yo soy muy maniática, quizás un bicho raro (aunque a mi me parece que los raros son los demás). Pero esto era una cosa especial, es el libro que quise escribir siempre y nunca me atreví a hacerlo. Aunque dicho así queda un poco ampuloso, este es un libro que refleja un poco todo lo que me ha hecho ser como soy. Para mi es muy importante, pensaba que cuando lo publicara me moriría y no tenía ganas de morir. Un día lo pensé mejor y me dije ¡Que tontería!
NV. ¿En qué época pasa?
AM. En el siglo X, pero no es una novela histórica. No tiene nada que ver con las novelas históricas. En realidad no tiene nada que ver con nada. Hay muchos personajes que no son humanos. Es como un inmenso bosque, un inmenso y perverso cuento de hadas para mayores, donde los caballeros encontraban hadas en las fuentes y el demonio se presentaba cada dos días; los trasgos, los duendes formaban parte de la vida. Una de mis grandes pasiones, los vikingos, tienen mucha importancia en el libro. Tengo muchas ganas de verlo publicado. Estoy a punto de entregarlo y aún tengo que corregir los últimos capítulos. Es que no me dejan. Primero el Premio Ciudad de Barcelona y luego esta asunto de la Academia. No es que lo encuentre mal, forma parte del trabajo, pero en este momento en que estoy acabando…
NV. El hecho de que la hayan elegido académica ¿ha cambiado su vida en algo?
AM. ¡Ay hija, en nada! Yo comprendo que a Bernardette, cuando se le apareció la virgen, le cambiara la vida, pero pro ser académica, no. La verdad es que aún no he empezado y no tengo ni idea en que consiste el trabajo. Ya me enteraré. Supongo que trabajar sobre la lengua. Yo voy mucho a Madrid, así que no será un esfuerzo suplementario.
NV. Usted ha escrito muchos cuentos para niños, pero no hay muchos escritores que sepan escribir con la misma seriedad, el mismo rigor y la misma alegría para niños y para adultos.
AM. Sobre todo en este país donde había mucha ignorancia hacia la infancia. Yo me acuerdo que cuando era pequeña casi no había escritores españoles para niños, solo Elena Fortuna y Antonio Robles. A un escritor de los llamados serios, no se le ocurría, entonces, escribir para niños, como si esta fuera una literatura menor. Afortunadamente los escritores ingleses y nórdicos se traducían muy bien en España, especialmente en Cataluña. ¡Aquellas ediciones de Editorial Juventud, de Sopena, de Araluce! Los Cuentos de Andersen con ilustraciones de Arthur Rakham, eran el despiporre en bicicleta, eran una cosa maravillosa, para soñar. ¡Yo he vivido dentro de esa láminas!
NV. Eso quiere decir que leía mucho de niña.
AM. Como una posesa
NV. ¿Era normal o era un caso particular?
AM. No era normal, pero tampoco yo era demasiado normal. Era una niña muy introvertida, muy solitaria. Por ejemplo, jugaba a desaparecer, a que no me vieran; y llegué a estar convencida de que me hacía invisible, me escondía tan bien, que no me encontraban. Me escondía detrás de las cortinas, o donde fuese, y cuando pasaban las criadas buscándome y no me veía ni me tocaban, yo pensaba que de verdad era invisible. Imaginación nunca me ha faltado. Me gustaba mucho hacer casitas de madera. De hecho, de mayor seguí haciéndolas. Cuando vivía en Sitges y los niños venían a que les contara cuentos, me iba al carpintero, le pedía los restos de madera y no te puedes imaginar la de cosas que hacía, construía ciudades preciosas, eso es lo que me gustaba, no comprar las cosas hechas, sino hacerlas yo, imaginarlas, pintarlas, hacer ventanas con culos de vaso. Me gusta mucho pintar. Siempre dibujo los personajes de mis libros, sobre todo de este último he hecho muchos dibujos.
NV. ¿Qué ritmo de trabajo tiene?
AM. Cuando estoy escribiendo un libro, me levanto por la mañana, eso si, no muy temprano, no soy mujer ni de tempranear ni de pasear. Me pongo a trabajar nunca antes de las 10 de la mañana. Cuando estoy con las manos en la masa con un libro como éste, estoy con él mañana, tarde y noche. La peor hora para mi es la primera de la tarde. De las 4 a las 6. Es una hora espantosa, no tengo ganas de hacer nada, estoy espesa, obnubilada, tengo ganas de dormir, de no hacer nada, que es algo maravilloso, porque la cabeza no deja de trabajar ni un momento y estar tan agradable estar tumbado sin moverse, con el fresquito. Trabajo bien por la noche, pero cuando me quedo a trabajar hasta las 5 o las 6 de la mañana, al día siguiente estoy hecha polvo. Prefiero acostarme mas pronto, a la una, y levantarme con calma y descansada.
Mientras estamos haciendo la entrevista, laman al timbre inesperadamente. Es un señor que trae una carta de Moscú. De una amiga de Ana María Matute, mejor dicho una de sus traductoras en Rusia que conoce desde hace 30 años. Con su humor habitual, Ana María recibe lo que llama El correo del Zar y aprovecha para contarme: “He viajado mucho por todo el mundo, invitada a dar conferencias, a congresos. He estado seis veces en Moscú, pero me gusta mucho mas San Petersburgo. Me gusta mucho la nación, pero nunca me gustó el sistema. Era horrible, vi cosas espantosas en tiempos de Krushev y de Breznev. Verme publicada en ruso me hacía un efecto rarísimo. Claro que aún es mas raro en japonés o en hebreo, con los libros empezando por el final. ¡En ruso me han metido cada bola! Entonces allí había tanta censura como aquí, o mas y te cambiaban cosas.
NV. ¿La censura la mediatizó de alguna manera?
AM. Mucho, a casi todos mis libros de entonces les faltan, unas frases, un fragmento. O mucho mas, Luciérnagas lo prohibieron totalmente. Nunca te daban una razón. El peor censor eras tu mismo, pero también te las ingeniabas para decir lo que querías sin que lo notaran. Porque encima eran burros. También dependía de en qué manos caías, no todos los censores eran iguales. Fíjate tu, curiosamente era mejor, dentro de lo malo, que te leyera un cura que un militar. Mientras no te metieras con un dogma religioso o con el sexo, el cura te lo dejaba pasar, pero un militar, no. Recuerdo que hubo una novela que ganó un Premio Nadal a la que censuraron una cosa increíble. Decía: Fulanita se levanta por la mañana, se ducha, se pone las medias… El rijoso del censor lo debió pasar bomba leyendo aquello y le debió parecer pecaminoso, asi que lo prohibió diciéndoles: La mujer española, lo primero que hace cuando se levanta es rezar sus oraciones. Se podría hacer una antología de la estupidez censora.
NV. En la literatura contemporánea da la sensación de que no hay nada que limite. Pienso, solo por poner un ejemplo, en Almudena Grandes…
AM. Almudena me gusta mucho y la leo encantada. Durante el franquismo no habría podido publicar ni una línea. De todos modos, ser o no explícito en estos temas, es algo que va en la forma de escribir de cada uno. Mi forma de escribir no es así, pero eso no tiene que ver con la censura ni con la calidad. A mi me va mas no decir las cosas directamente, me interesa mas la sutileza, sugerir porque mi estilo es ese. Lo que procuro es que el lenguaje sea muy sencillo, muy claro, que me entienda todo el mundo y eso es mucho mas difícil de lo que se cree. Por eso corrijo tanto.
NV. Usted siempre ha escrito en castellano…
AM: Siempre, es mi lengua materna. Mi madre era castellana. El catalán lo hablo y lo leo, pero escribir es otra cosa. Yo pienso en castellano y al pensar en castellano tendría que traducir. Para mi es importantísimo escribir en el idioma que piensas. Hay muy pocos escritores que puedan escribir en otro idioma, como por ejemplo Conrad, que era polaco y escribía en inglés. El escritor catalán es lógico que escriba en catalán. Durante muchos años tuvieron que hacerlo en castellano por imposición y eso si era horrible, espantoso. Es como si a mi me obligaran a escribir en catalán, me costaría mucho esfuerzo. Me siento muy catalana, pero mi lengua es el castellano. En casa se hablaba castellano, pero durante la guerra aprendí catalán. Después de la guerra, ¡boom!, el golpe. Todo el catalán extirpado. Luego, poco a poco, con los amigos, lo recuperamos. Es muy difícil matar una lengua, mis amigos catalanes hablaban conmigo en catalán. Yo soy bilingüe, pero escribir un libro es otra cosa.
NV. El agua es un elemento muy presente en sus novelas.
AM: Si, es verdad. No podría vivir en una ciudad sin mar o con un gran río, o un gran lago. El agua es muy importante en mi vida, es verdad.
NV. Otra cosa que también llama mucho la atención en sus novelas es la importancia de los ojos.
AM. Si, porque para mi, en una persona lo mas importante son los ojos. Los ojos, la mirada, el color, me interesan mucho. Los colores son también muy importantes para mi, soy una persona que vive mucho los colores. Mi color favorito es el rojo, aunque todos, bien combinados, me gustan: por ejemplo el verde y el azul marino. Me recuerdan el mar y los pinos. Me gusta la gama que va del rosa pálido al morado oscuro.
NV.¿ En la ropa también?
AM. En la ropa no, porque no me puedo vestir de colorado. Ni siquiera cuando era mas joven, porque aunque no era morena, lo parecía. De pequeña era rubia, luego se me fue oscureciendo el cabello. Tenía los ojos pardos y grandes. Había una persona que me llamaba Mademoiselle Noisette por mis ojos. Era muy blanca de piel, pero el conjunto daba la impresión de ser morena de ojos negros y el rojo me sentaba fatal. El blanco me caía muy bien, el azul… como a todo el mundo.
NV. ¿Era coqueta?
AM. Mucho, tenía la coquetería de no parecerlo, pero lo era. Dicen, que no estaba mal, y que en las fotos nunca daba tan bien como al natural. Eso lo reconozco.
El viento que ha soplado toda la tarde haciendo golpear ventanas y derribando jarrones de flores, no ha cesado. En uno de sus arrebatos mas fuertes, Ana María Matute pega un imponente grito: ¡Ah, ah! Yo inmediatamente me levanto y me voy a cerrar la ventana, mientras ella riendo me comenta: “Gritando no se va a parar. Tengo una especie de no resistencia al mal, que es rarísima. Una vez, estando de excursión en el campo con mas gente, estábamos sentados en una pendiente y de pronto se desprendió un pedrusco enorme. Todos echaron a correr y yo me quedé, eso sí, gritando, como ahora, pero sin moverme. Un amigo vino corriendo y me cogió por un brazo, si no me arrastra, me mata. Yo no me movía. Es muy raro, cuando veo algo peligroso grito y lo veo venir, pero no hago nada para pararlo. Y no solo con las cosas físicas, con las otras también: me lo veo venir, que me va a caer, que me va a caer, y me cae y no soy capaz de evitarlo.
NV. En este caso, parar el viento es algo que podemos evitar.
AM. Espero que haga una gran tormenta que fulmine el calor y que acabe con la Bestia.
Que leer, noviembre 1996.
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