viernes, 3 de abril de 2015

MI HOMENAJE A MANOEL DE OLIVEIRA

Revisitación de Madame Bovary
No hacen falta muchas explicaciones para justificar la presencia de Vale Abraao en la tríada de films propuestos para Seven Chances. Oliveira es uno de los mejores directores contemporáneos, es además un pedazo de historia y a sus 85 años sigue haciendo el cine más moderno del mundo. Es un hombre inscrito en la tradición, la tradición de la sabiduría y del placer, de la palabra y de la imagen. Su última película roza la perfección por no decir que la alcanza, combinando todos los elementos indispensables para hacer del cine una obra maestra: una historia de pasiones, paisajes y geografía del espíritu y de la realidad, una mirada puesta sobre todo ello que le da sentido, coherencia, vida y la hace personal, distinta y nueva.
Vale Abraao era una de mis tres propuestas; las otras dos eran El maestro de marionetas, de Hou Hsiao Hsien, quizás la prueba de que el espíritu de Rossellini –sin olvidarnos de Kiarostami- sigue presente en el cine de hoy mismo y La ausencia, el film ensayo de Peter Handke, un itinerario iniciático por la Cerdaña, una búsqueda de la idea central en la que un grupo de personajes hablan, piensan, circulan en medio de un paisaje que es uno más entre ellos, alrededor de un profesor que los guía y los ilumina incluso desde su desaparición.
A Manoel de Oliveira lo descubrí en la Filmoteca de la calle Mercaders en el lejano año 73 o 74. Entonces Oliveira aún no era Don Manuel, aún no había realizado sus obras maestras, pero Douro, faina fluvial, de 1929-31, dejaba  ver que allí había alguien distinto. Después vinieron Amor de perdiçao, Francisca. Y en los años 80 la explosión espléndida de Le soulier de satin, O meu caso, Os canibais, Non ou a va gloria de mandar. Cuando parecía que había llegado el momento del retiro, Oliveira nos sorprende con dos películas aún mejores: A Divina comedia y O dia do desespero. Y de pronto, sin dejar un minuto de respiro, surge Vale Abraao.
Incomprensiblemente programada fuera de la competición en el último Festival de Cannes, Vale Abraao fue uno de los grandes éxitos de la Quincena de Realizadores. Vi la película en su pase matinal en la sala Jacques Doniol Valcroce, sede de las proyecciones de la quincena. Eran las 11.00 de la mañana. Esa misma tarde a las siete se volvía a proyectar el film. Intenté entrar, pero sólo llegué al final, a tiempo para contemplar cómo la sala entera, llena hasta el último asiento, se ponía en pie para aplaudir a Oliveira durante más de veinte minutos. Hubiera querido repetirla esa noche para poder “verla” más objetivamente, ya que por la mañana me sentí tan poseída por el ritmo y la cadencia de sus imágenes, de su música y de su narración, de una forma tan física y tan sensual, que no pude sino dejarme llevar por la historia de Emma en medio de los valles de viñas y de las mansiones prodigiosas donde vive su triste historia de amor imposible, de búsqueda de una perfección poética, de una agonía del alma.
Vale Abraao es la prueba de que todo está inventado, pero todo se puede volver a inventar. Revisitación portuguesa y actual de Madame Bovary, Emma, la mujer “cuyo rostro justifica la vida de un hombre” en palabras del doctor Carlos Pavía, su marido, no es una simple adaptación de la obra de Flaubert, sino el resultado de un camino de investigación, de un experimento excéntrico. Mientras monta A Divina Comedia, Oliveira no deja de escuchar a su montadora hablar de Madame Bovary, libro que está leyendo. Estas conversaciones le provocan el deseo de releer el libro de Flaubert y cuando PauloBranco le propone hacer un nuevo film, no se lo piensa dos veces: Madame Bovary. Pero Oliveira no es un ilustrador y no se limitará a poner en imágenes el libro, como ha hecho Chabrol. No, Oliveira busca otro camino y le propone a una escritora, Agustina Bessa-Luis, hacer una Bovary portuguesa. Nace así un libro nuevo del que Oliveira sacará un guión nuevo. Una Bovary que empieza a finales de los años 60 en el norte de Portugal y abarca 20 años de vida de una mujer, un paisaje, un país. Entre los 15 y los 35 años, Oliveira sigue a su Emma haciéndola cada vez más espiritual en su sensualidad, más etérea en su fisicidad, más poética en su mirada. Leonor Silveira encarna esta pequeña Bovary con una belleza extraña, que se escapa por los ojos, paseando su transparente figura por las viñas y el cielo azul, las mansiones y los salones, donde Emma buscará en sus tres amantes la posibilidad de una respuesta, sin encontrarla en ningún hombre, sólo en el río, el Duero salvador y amigo que la acoge como el auténtico, el único amante verdadero.
El valle de Abraham, valle bíblico, original, sublime y al mismo tiempo físico y vital, es el espacio donde Oliveira sitúa las escenas que una voz en off va adelantando, completando, oscureciendo. Sonidos de la música de los distintos Claros de Luna utilizados como leitmotiv, sonido de la palabra del narrador, sonido del río que corre hacia el mar en ese estado que Oliveira define como “felizmente desesperado”. Vale Abraao no es un punto final, es un punto y aparte en la vida de un hombre que ha encontrado un nuevo paisaje, un nuevo rostro a partir del cual iniciar un nuevo camino. Porque si bien no se entiende este film sin la experiencia de todo lo anterior, es cierto que Vale Abraao no es un resumen de lo aprendido, sino un salto hacia delante. Oliveira ha dejado atrás el árbol de Non ou a va gloria de mandar, ha dejado atrás incluso, el seco rasgar de la pluma de Castelo Branco en O dia do desespero, para lanzarse por el camino de la vida y la muerte, del río y las viñas, el cielo y los ojos violetas de su Emma particular.
(Seven Chances. Sitges, octubre, 1993)


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