Buenos días.
Lo primero que quiero hacer es
felicitar a los organizadores y creadores de este nuevo festival centrado en un
tema realmente apasionante: el cerebro y el cine. Apasionante y tan extenso que
es casi imposible abordarlo. Porque ¿Cómo lo hacemos? ¿Desde el punto de vista
de los argumentos? Es una posibilidad, las más evidente y la primera que viene
a la cabeza (al cerebro). Películas que hablen de enfermedades mentales, de
alzhéimer, de esquizofrenia, de genios incomprendidos por su capacidad
intelectual que a veces los hizo ser considerados autistas. Pero también desde
el fantástico, empezando por Frankenstein
en todas sus versiones. O a través del cine de ciencia ficción (las muchas
películas que tienen el futuro y la inteligencia artificial como elementos
conductores, de 2001 a Minority Report).
O es mejor hacerlo desde el
documental, recorriendo tantos y tan buenos ejemplos de historias verdaderas
que han dado títulos espectaculares y muy interesantes, que investigan el mundo
neurológico en múltiples facetas ya sea al hablar sobre pacientes o sobre
investigadores, sobre patologías o simplemente sobre convivencia. En este
sentido solo me gustaría citar una película:
Su nombre es Sabine, de Sandrine Bonnaire, un precioso trabajo de la actriz
sobre como su hermana fue cayendo lentamente en un autismo profundo.
Esta era una posibilidad. Otra, era
tratar la relación de cine y cerebro o de cerebro y cine, desde el punto de
vista de la función curativa del cine en las enfermedades mentales. Como, ver
cine, hacerlo, comentarlo, vivirlo, puede ser un instrumento útil para despertar
emociones, para investigar reacciones.
Otra forma de encarar el tema era
tomarlo como memoria colectiva. El cine es memoria y esa es una de las más importantes
funciones que le relacionan con el cerebro. Tanto si se trata de filmaciones
caseras, en súper 8 en el pasado lejano, video en el pasado cercano o móvil en
nuestros días, grabar es una manera de usar el cine (entendido cono imágenes en
movimiento) para conservar la memoria, para no olvidar. Las películas de
ficción son también ejercicios de memoria que fijan su presente y lo convierten
en pasado y en ese sentido pueden servir para terapias de memoria y de
reconocimiento.
El tema que me propusieron era todo esto y seguramente
mucho mas. Pero yo debía acotarlo de alguna manera. Tras darle vueltas (el
cerebro da muchas vueltas a las ideas) decidí el título: Cine y cerebro: una pareja perfecta. Y en cuanto lo tuve supe de lo
que quería hablar.
Quería hablar de un cineasta y de dos
películas. El cineasta es Joaquín Jordá, la primera película es Del revés, de los estudios Pixar, la
segunda película es Viaje alucinante
de Richard Fleischer, realizada el año 1966. Los tres ejemplos, me permiten
acercarme al tema desde lo particular para hablar de lo universal.
Antes de empezar quiero que vean un
par de secuencias de Monos como Becky,
de Joaquín Jordá, donde él aparece en primera persona. Joaquín es el hombre
mayor con barba.
Me imagino que pocos en la sala sabrán
quien era Joaquín Jordá, uno de los nombres fundamentales del cine español. Joaquín
comenzó su carrera como director de cine vinculado a la Escuela de Barcelona en
los lejanísimos años sesenta. Tras una etapa exilado y entregado al cine
militante, volvió a España a mediados de los años ochenta y empezó una
brillante carrera como guionista, casi siempre al lado de Vicente Aranda. En
1996, Jordá decidió volver al cine llamado convencional con lo que él
consideraba una primera película de su nueva etapa. Un cos al bosc. Su segundo film normal debía ser una biografía
sobre el médico portugués Antonio Egas Moniz, premio nobel de medicina en 1949
por inventar la Lobotomía prefrontal y la angiografía cerebral. Cuando tenía ya prácticamente acabado el
guión, Jordá sufrió un ictus cerebral. El que cuenta en la secuencia que hemos
visto. De repente, un rayo le atravesó el cerebro y le produjo una lesión
cerebral muy particular: una alexia y una agnosia. El propio Jordá dio una
definición de estas dos enfermedades en una serie de artículos que escribió
para el suplemento Culturas de La Vanguardia en el año 2003:
ALEXIA. Imposibilidad de leer
causada por una lesión del cerebro. Llamase también ceguera verbal.
AGNOSIA.
Pérdida de la facultad de transformar las sensaciones simples en percepciones
propiamente dichas, por lo que el individuo no reconoce las personas u objetos.
Si
estas dos lesiones pueden ser una tragedia para cualquiera ¿Se imaginan lo que
podían significar para alguien que vivía de la escritura y de las imágenes, de
crear sensaciones y emociones? Podía haber sido su muerte, si no física, solo
tenía 61 años, si intelectual. Pero no. Y esa es la razón por la que he querido
usarlo de ejemplo en esta charla.
En
lugar de encerrarse en su casa a lamerse las heridas mentales, Jordá decidió
sacar partido a su enfermedad y transformarla en una fuente de creación. La
enfermedad le liberó de tener que ser correcto, de tener que hacer lo que debía
y le permitió hacer lo que quería: cine en estado puro. Lo primero para
conseguirlo era encontrar aliados. Y así nació una de las iniciativas
pedagógicas mas importantes de la historia reciente del cine español: el máster
de documental de creación de la Universidad Pompeu Fabra. Jordá necesitaba
ayuda para escribir, para rodar, para montar y que mejor colaboración que los
estudiantes de la Pompeu que se entregaron a sus enseñanzas. Monos como
Becki, la película que os he enseñado al empezar esta charla fue la primera
de una serie de proyectos que han dado films multi premiados y prestigiosos
como En la ciudad o La plaga.
Jordá
comienza en este film muchas cosas, muchas vías: la amistad y colaboración con
algunos de sus alumnos; la ruptura entre el delante y el detrás de la cámara;
el descubrimiento de otra realidad posible… Monos
como Becky es un film realmente importante: fundacional. Desde su
limitación, Jordá se dio cuenta de que el cine era un espacio de libertad donde
todo se podía hacer. Perder una parte de la capacidad del cerebro le hizo sacar
partido de las otras. Es un ejemplo perfecto de recreación.
La casualidad hizo que el film que estaba
preparando Joaquín Jordá antes del ictus tratara sobre Egas Moniz y su
aportación discutible al mundo de la neurocirugía con el uso de la lobotomía.
Para él, fue útil y muy interesante reconvertir el guion tradicional en un
experimento cinematográfico absoluto. Lo
que era un proyecto se convirtió en una necesidad personal.
Necesitaba
explicar lo que le había ocurrido, cómo había modificado su visión, tanto en
sentido literal como conceptual. Por una parte, le afianzó en cierto
radicalismo en la manera de ver las cosas, pero también le dio mayor capacidad
de aceptación de la variedad del mundo. El infarto cerebral, el rayo que le
transformó la vida haciéndole renacer, cuando todo hacía pensar que estaba
acabado, está en el origen de este film insólito e inclasificable. Monos como Becky es una película que
habla de locura y de inteligencia, pero sobre todo habla de diversidad.
Recuerdo
algunas palabras de Jordá sobre Monos…
que me vienen muy bien para explicar porque hablo de él. “Cualquier trastorno
mental, decía Jordá, es como un rompecabezas, lleno de absurdos y
contradicciones que, ordenadas convenientemente tienen su lógica. Entre el
enfermo mental y el sano no hay, en realidad, ninguna diferencia. Se trata
solamente de una cuestión de grado. No hay una puerta que separe a normales de
anormales. Hay una enorme zona intermedia transitable por cualquiera de
nosotros. Y es, también un problema de posiciones sociales: bien situado, si
haces cosas extrañas, te llamarán excéntrico; si eres un pobre desgraciado y
haces lo mismo te encerrarán en un manicomio”.
Quizás
por eso decidió rodar parte de la película en un sanatorio mental del Maresme y
con auténticos enfermos mentales.
En
este punto me gustaría hacer una reflexión. Las tres interesantes películas que
se han visto estos días nacen de la enfermedad y desde ella llegan al cine. El
recorrido es: enfermedad-cine-enfermedad. El caso de Jordá es diferente. El
recorrido es cine-enfermedad-cine. Jordá no hace documentales, no hace
ficciones. Se utiliza a sí mismo como objeto de narración, pero no en un
sentido autobiográfico puro. Él lo explicaba muy bien. “En Monos como Becky hay una inspiración de ficción y una realización
de documental. Yo siempre he pensado que en todos los campos los seres híbridos
son más interesantes que los puros y lo mismo pasa con los géneros: los
híbridos ofrecen más riqueza y capacidad.”
El hibrido en este caso era la
mezcla de tres relatos: un documental sobre Egas Moniz y su aportación a la
medicina; la puesta en escena de una obra sobre un momento determinado de la
vida de Moniz por parte de un grupo de enfermos mentales del Sanatorio de
Malgrat; el rodaje de la película con él mismo como actor colándose en el plano
continuamente e incorporando su propio proceso al conjunto. Algo completamente
nuevo. El mejor ejemplo de cómo usar el cerebro en el cine.
Jordá consiguió el equilibrio entre
los tres relatos, pero el que más impresiona es el de su propia historia
filmada en color por terceras personas, de manera que se diferencia por
completo de lo que él rodaba directamente en el manicomio y en la historia de
Moniz. Desde el principio, desde que tuvo la embolia cerebral, Joaquín decidió filmar
muchas cosas de todo el proceso. Filmar la intervención quirúrgica en su
cerebro, filmar análisis, conversaciones, pruebas de tratamiento. Tenía muchísimo
material que decidió incluir en la película. Lo justificaba muy bien: “Incluir
esto, eliminaba la prepotencia y la soberbia del ser normal, que se cree
normal, que se llama normal y que se enfrenta al mundo de los locos como un
mundo de anormales. Yo me sentía en una fase intermedia, como en un eslabón, no
perdido sino encontrado en esta cadena entre anormalidad y normalidad alguien
que rompe una barrera invisible, da un paso más allá, y no puede regresar.
Todos vivimos en algún momento determinado este paso. Unos tenemos la suerte de
salir ilesos y regresar, y otros tienen la mala suerte, u otra suerte, de
quedarse. Mala suerte porque reciben un trato cruel, duro, segregador, pero es
otra suerte porque realmente viven otra vida, no diría que más rica, pero en
algunos aspectos mucho más libre, pese a que estén encerrados.”
En una de sus últimas entrevistas
sobre la película Jordá decía: “En aquel momento y todavía ahora, ya no me veo
en los espejos, por esta lesión cerebral. O sea, yo me veo de una manera rara
en un espejo, no me identifico, puedo distanciarme mucho de la imagen que
reflejo”.
Parece que estas palabras del año
2000 se le quedaron en la memoria (que no había perdido) y tras hacer una
película impresionante como fue De nens,
sobre el proceso de pederastia en el Raval de Barcelona, y una vuelta a los
obreros de Numax en Veinte años no es
nada, Jordá se embarcó en la que iba a ser su última película Mas allá del espejo, donde volvía al
tema del cerebro y sus distintas maneras de comportarse a través de su propia
experiencia y las de tres mujeres con problemas neurológicos parecidos a los
suyos. Con este film, Jordá cerraba con un nuevo trabajo de no ficción, el
estudio iniciado con Monos como Becki
ocho años antes.
Mas
allá del espejo es una película militante a favor del enfermo
mental. Una reivindicación de que la vida puede ser muy dura pero hay que
vivirla como uno quiera y no permitir que nadie te la haga vivir de otra
manera.
Más allá del espejo no es un falso documental, ni una
docuficción, vuelve a ser un productor hibrido que se adentra en el mundo de
los que padecen agnosias y alexias, enfermedades
cerebrales que conllevan diferencias sustanciales a la hora de percibir eso que
llamamos 'realidad'.
El inicio de toda esta historia es un artículo que apareció
en la contraportada del diario El País. El escrito narraba el caso de Esther
Chumillas, una chica de 18 años, agnósica desde los 15 como consecuencia de una
meningitis mal diagnosticada. Cuando lo leyó, Joaquín Jordá, se puso en
contacto con ella y empezaron una relación de amistad que fructificó en un
guión escrito por Jordá con la colaboración de Laia Manresa. El titulo, Más allá del espejo, es un homenaje al libro de Lewis Carroll.
Para
el director, Esther era una Alicia que avanza en el tablero para ser reina.
Esther consigue su objetivo: un trabajo, una casa propia y un novio con el que compartir
su vida. Lo mejor de este experimento de neurocine, término que se me acaba de
ocurrir escribiendo este texto, es su absoluta vitalidad, el tono positivo de
las tres historias que se cuentan, historias de superación en la que el cerebro
es el motor de los cambios que afectan a Esther, la chica con agnosia que ha
conseguido superar la parálisis y ahora da clases a niños con problemas; a
Rosario, la profesora murciana que padece alexia y a Yolanda, la chica ciega
que ha superado su situación. Tres historias y la de él mismo, enfrentado en
ese momento a un cáncer que había conseguido dominar y convertir en creación,
como nueve años antes había convertido el ictus en motor de vida.
En
nuestra última conversación me habló de su enfermedad con una entereza y una
sencillez que desarmaba; habló del ictus, del coma, del cáncer. Habló de cómo
había cambiado su vida para bien después de cada uno de estos “incidentes”.
“Nunca habría hecho las películas que he hecho si no hubiera tenido el infarto
cerebral. Mi idea, antes de eso, era retirarme a leer todo lo que me faltaba
por leer. Como me quedé sin esa posibilidad, busqué en la imagen una ayuda y la
imagen me llevó a hacer el cine que he hecho en estos diez años”. Habló del
cáncer no como un enemigo al que vencer, sino como algo con lo que convivir,
aprendiendo de él cada día. Habló del inmediato pasado y el inmediato futuro.
Acabar el film que tenía entre manos, comenzar un musical… Fue impresionante.
Entonces no me di cuenta, pero fue una despedida. Acabó el montaje de Mas allá del espejo un martes y se murió
el sábado siguiente. Hasta el final fue capaz de usar su cabeza para moldear su
vida. Y su muerte. Tenía 71 años.
Hace
un momento he hablado de neurocine, un término que pensaba se me había ocurrido
al recordar el trabajo de Joaquín Jordá. Para no meter la pata he buscado en
Internet (el cerebro por excelencia) si existía y me he encontrado que sí.
Existe. El término neurocine se define así:
“Las
neurociencias también se están aplicando al cine. Concretamente al cine de
terror. Si una de las aplicaciones más claras del neuromarketing era obtener insights
para construir anuncios más eficaces (que conecten con las emociones de los
receptores), parece lógico que el neurocine se aplique a obtener las
reacciones emocionales que la película precisa en cada momento: miedo en las
escenas de terror, agrado para “el bueno”, asco para “el malo”… No es nada que
los directores de cine no estén haciendo ya, solo que ahora disponen de todo un
soporte científico para tomar decisiones.”
Fue
muy interesante leer este pequeño texto porque me daba pie a introducir la primera
película de la que me gustaría hablar, una joya de los estudios Pixar,
estrenada hace tres años, Del revés,
o como se titula en su versión original Inside
Out.
Antes
de seguir me van a permitir una pequeña digresión personal: Cuando yo era
pequeña, mi madre, que era una gran narradora de cuentos inventados, me contaba
que dentro de nuestro cuerpo había unos enanitos que se ocupaban de que todo
funcionara bien. Había enanitos que recibían la comida, otros se encargaban de
que la sangre no se perdiera entre los miles de caminos que tenía que recorrer,
los enanitos se cuidaban de que no me doliera nada. Cuando me dolía algo yo le
preguntaba por qué y me decía: los enanitos están tristes o enfadados, tenemos
que contentarlos, vamos a curarte. No sé que me imaginaba yo entonces, pero la
idea de que mi cuerpo estaba habitado por esos enanitos buenos que nunca dejaban
de trabajar me gustaba mucho. Cuando vi Del
revés, sentí que los cuentos de mi madre se hacían realidad. Ahí estaban
los enanitos en forma de cinco emociones de colores: alegría, tristeza, asco,
ira y miedo. La película de Pixar concebida por John Lasseter y Peter Docter, es
extraordinaria y me sumergió en un largo viaje a la infancia, a uno de esos
recuerdos dorados de alegría en que estaba sentada al lado de mi madre con dos
o tres años, escuchando sus cuentos de Flor de Pan y Raspa, los nombres que mi
madre daba respectivamente a la Alegría y a la Ira. No había nombres para Tristeza
ni para Asco, tampoco para el Miedo que mi madre intentaba que no sintiera por
nada.
Fin de la digresión personal. Vuelta a la
joya de Pixar y el porqué la utilizo como ejemplo de la perfecta pareja
cine/cerebro.
Veamos un pequeño fragmento antes de seguir:
Del revés es mucho más que una historia para niños que
disfrutan los mayores. Es un auténtico viaje al fondo de la mente, un viaje fantástico
con trenes, laberintos, puentes, abismos, refugios en parques temáticos,
recuerdos que se pierden, sueños que se desvanecen, y nuevos mundos que se
crean. El difícil proceso de hacerse adulto, el salto de la niñez a la
adolescencia, seguramente el más complicado que se ha de dar en la vida porque
todo cambia: el cuerpo, los deseos, las relaciones, el mundo,… todo
absolutamente todo cambia en el momento en que dejamos definitivamente la
infancia en el pozo de la memoria y comprendemos que la alegría sin la tristeza
no sirve para nada.
La historia es la de Riley, una niña desde su
nacimiento hasta que deja de ser niña. Pero no es la historia de esa niña desde
fuera, sino desde dentro: el inside del título original. Lo que vemos es como
las emociones en forma de personajes personalizados en colores, se mueven por
el complicado entramado de la mente de Riley: la dorada Alegría, la azul Tristeza,
el morado Miedo, la verde Asco y el rojo Ira.
Lo más interesante de la aventura mental de
estas cinco emociones es que no solo deben regir los comportamientos y
reacciones de Riley en su vida cotidiana, sino que deben ocuparse de almacenar
ordenadamente los recuerdos y conseguir un equilibrio en su estado mental, no
dejando que ninguna de ellas domine de forma abusiva las demás. Decidir lo que
hay que recordar y lo que se puede olvidar, aprender a compensar la felicidad
con la tristeza en un balance indispensable para vivir, controlar la ira, pero
no apagarla, moldear el asco para saber apreciar las cosas que pueden ser desagradables
en una época, pero que pueden serlo menos en otra y sobre todo, y es lo más
importante, entender el miedo sin dejar de sentirlo, pero sin darle un lugar
dominante en el cerebro.
Otra de las razones por la que decidí hablar
de esta película es porque me parece que es una de las mejores maneras de
explicar a los niños lo que pasa en sus cabezas. No tanto para que entiendan lo
que es el cerebro, sino para que sean capaces de reconocer sus emociones. Eso y
una forma muy visual, divertida y nada académica de explicar porque se pierde
la memoria o se cae en enfermedades mentales cuando se pierde el equilibrio
entre las cinco emociones que rigen nuestra vida.
Estaba preparando este texto cuando
apareció en La Contra de La Vanguardia del 25 de enero una
entrevista de Ima Sanchís con Sydney Pinoy-Peyronnet, uno de los impulsores de
los que se denomina Neurofeedback que parece la teorización científica de lo
que cuenta la película de Pixar: Entre otras cosas el científico decía:
“Nuestro
cerebro procesa unos 60.000 pensamientos al día. Muchos de ellos son absurdos o
repetitivos. Más del 90 por ciento se repiten y alrededor del 80 por
ciento son negativos.
Igual que
entrenamos un músculo, podemos entrenar nuestro cerebro con técnicas de
neurofeedback para mejorar su funcionamiento. Neurofeedback es una
retroalimentación neuronal, una técnica que consiste en el registro y análisis
de la actividad eléctrica del cerebro, las ondas cerebrales. Nuestros
pensamientos y emociones afectan a nuestras ondas cerebrales y a nuestra
química, y viceversa.
El
neurofeedback es una manera de conocerse, tú sabes qué ondas estás usando en
ese momento y aprendes a variarlas en respuesta a señales de audio y señales
visuales. El aprendizaje funciona con automatismos, no somos conscientes, es un
entrenamiento cerebral para tomar conciencia de cuándo lo estamos haciendo bien
y cuándo lo hacemos mal. Se trata de identificar qué pensamientos nos
ralentizan, en qué momento caemos en el patrón negativo, y de crear nuevas
rutas neuronales.” No tengo ni idea si esto es bueno o malo, si funciona o no.
Simplemente me hizo gracia que lo que este hombre contaba fuera una especie de
sinopsis de este film.
Soy una
lectora asidua de La Contra de La Vanguardia, las siempre curiosas
entrevistas que hacen cada día, Víctor Amela, Ima Sanchis y Lluis Amiguet. Fue
en una contra del 4 de marzo donde descubrí un científico muy especial, Mario
Lanza, nano científico y nano tecnólogo. Lo que me llamó la atención en esa
entrevista fue lo que decía sobre la miniaturización.
“-¿Cuál ha sido el mayor avance
desde entonces en computación? pregunta Víctor Amela.
-¡La miniaturización! Cada dos
años, doblamos las prestaciones de computación en la mitad de espacio: es la
ley de Moore, y sigue cumpliéndose gracias a la nano electrónica.”
Un poco mas adelante, el científico
habla de la Nano medicina:
“-Si tienes un tumor, inyectarán en
tu torrente sanguíneo una nano partícula que lo localizará y lo combatirá, sin
estresar el conjunto de tu organismo con quimio o radioterapia.”
Estas dos ideas juntas me trajeron
a la memoria una película que tenía un poco olvidada. Viaje alucinante, de Richard Fleischer, del año 1966 que un año
después se convirtió en una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. ¿Por qué
me la recordó? Este es su argumento:
En plena Guerra Fría un científico
soviético, especialista en la miniaturización de objetos, deserta a los Estados
Unidos. En la fuga es ayudado por un agente de la CIA, que no puede evitar un
intento de asesinato que deja al científico en estado de coma. Los americanos
deciden aplicar por primera vez la tecnología de miniaturización para salvarle
la vida. Cuatro hombres y una mujer: un agente de la CIA, un piloto, dos
científicos y una asistente de cirugía, tripulando un submarino llamado Proteus,
son reducidos al tamaño de una bacteria e inoculados en el sistema circulatorio
del científico, con la misión de viajar hasta su cerebro, encontrar y destruir la
trombosis que está
por provocarle la muerte. Tienen solo una hora para realizar la operación, ya
que el estado de miniaturización se revertirá al fin de ese plazo, arriesgando
ser detectados y atacados por el sistema inmunológico del paciente. Después de
realizar una travesía llena de peligros, logran cumplir con su misión, y
faltando solo segundos para el plazo final, consiguen llegar hasta el ojo por
donde salen y regresan a su estado normal.
¿No es una premonición de lo que
explica Mario Lanza en la entrevista? Volví a verla por si acaso tenía una idea
equivocada o por si había envejecido mal. La verdad es que se aguanta muy bien
aunque los efectos especiales dejan mucho que desear si los comparamos con las
maravillas que se hacen ahora. Pero ¿me servía para esta charla de cine y
cerebro, una pareja perfecta? Pensé que si.
Sí, porque hablaba de la relación
entre medicina/ ciencia y curación.
Sí, porque el viaje alucinante al
cerebro me parece que es una de las grandes aspiraciones de la neurocirugía.
Sí, porque con este film podía
hacer referencia a todas las películas de ciencia ficción que se han acercado a
lo que se puede considerar la última frontera de la humanidad, a ese territorio
desconocido y apasionante que es el cerebro. Y también, sí, porque en una sola
línea del diálogo pone en evidencia dos conceptos de la ciencia.
Acabo con esa secuencia. Después
podemos hablar de la extraordinaria relación de cerebro y cine y sus muchas
maneras de pensarla.
Gracias por su atención.