sábado, 24 de marzo de 2018

CEREBRO Y CINE UNA PAREJA PERFECTA


Buenos días.
Lo primero que quiero hacer es felicitar a los organizadores y creadores de este nuevo festival centrado en un tema realmente apasionante: el cerebro y el cine. Apasionante y tan extenso que es casi imposible abordarlo. Porque ¿Cómo lo hacemos? ¿Desde el punto de vista de los argumentos? Es una posibilidad, las más evidente y la primera que viene a la cabeza (al cerebro). Películas que hablen de enfermedades mentales, de alzhéimer, de esquizofrenia, de genios incomprendidos por su capacidad intelectual que a veces los hizo ser considerados autistas. Pero también desde el fantástico, empezando por Frankenstein en todas sus versiones. O a través del cine de ciencia ficción (las muchas películas que tienen el futuro y la inteligencia artificial como elementos conductores, de 2001 a Minority Report).
O es mejor hacerlo desde el documental, recorriendo tantos y tan buenos ejemplos de historias verdaderas que han dado títulos espectaculares y muy interesantes, que investigan el mundo neurológico en múltiples facetas ya sea al hablar sobre pacientes o sobre investigadores, sobre patologías o simplemente sobre convivencia. En este sentido solo me gustaría citar una película: Su nombre es Sabine, de Sandrine Bonnaire, un precioso trabajo de la actriz sobre como su hermana fue cayendo lentamente en un autismo profundo.
Esta era una posibilidad. Otra, era tratar la relación de cine y cerebro o de cerebro y cine, desde el punto de vista de la función curativa del cine en las enfermedades mentales. Como, ver cine, hacerlo, comentarlo, vivirlo, puede ser un instrumento útil para despertar emociones, para investigar reacciones.
Otra forma de encarar el tema era tomarlo como memoria colectiva. El cine es memoria y esa es una de las más importantes funciones que le relacionan con el cerebro. Tanto si se trata de filmaciones caseras, en súper 8 en el pasado lejano, video en el pasado cercano o móvil en nuestros días, grabar es una manera de usar el cine (entendido cono imágenes en movimiento) para conservar la memoria, para no olvidar. Las películas de ficción son también ejercicios de memoria que fijan su presente y lo convierten en pasado y en ese sentido pueden servir para terapias de memoria y de reconocimiento.
El tema  que me propusieron era todo esto y seguramente mucho mas. Pero yo debía acotarlo de alguna manera. Tras darle vueltas (el cerebro da muchas vueltas a las ideas) decidí el título: Cine y cerebro: una pareja perfecta. Y en cuanto lo tuve supe de lo que quería hablar.
Quería hablar de un cineasta y de dos películas. El cineasta es Joaquín Jordá, la primera película es Del revés, de los estudios Pixar, la segunda película es Viaje alucinante de Richard Fleischer, realizada el año 1966. Los tres ejemplos, me permiten acercarme al tema desde lo particular para hablar de lo universal.

Antes de empezar quiero que vean un par de secuencias de Monos como Becky, de Joaquín Jordá, donde él aparece en primera persona. Joaquín es el hombre mayor con barba.

Me imagino que pocos en la sala sabrán quien era Joaquín Jordá, uno de los nombres fundamentales del cine español. Joaquín comenzó su carrera como director de cine vinculado a la Escuela de Barcelona en los lejanísimos años sesenta. Tras una etapa exilado y entregado al cine militante, volvió a España a mediados de los años ochenta y empezó una brillante carrera como guionista, casi siempre al lado de Vicente Aranda. En 1996, Jordá decidió volver al cine llamado convencional con lo que él consideraba una primera película de su nueva etapa. Un cos al bosc. Su segundo film normal debía ser una biografía sobre el médico portugués Antonio Egas Moniz, premio nobel de medicina en 1949 por inventar la Lobotomía prefrontal y la angiografía cerebral.  Cuando tenía ya prácticamente acabado el guión, Jordá sufrió un ictus cerebral. El que cuenta en la secuencia que hemos visto. De repente, un rayo le atravesó el cerebro y le produjo una lesión cerebral muy particular: una alexia y una agnosia. El propio Jordá dio una definición de estas dos enfermedades en una serie de artículos que escribió para el suplemento Culturas de La Vanguardia en el año 2003:
ALEXIA. Imposibilidad de leer causada por una lesión del cerebro. Llamase también ceguera verbal.
AGNOSIA. Pérdida de la facultad de transformar las sensaciones simples en percepciones propiamente dichas, por lo que el individuo no reconoce las personas u objetos.
Si estas dos lesiones pueden ser una tragedia para cualquiera ¿Se imaginan lo que podían significar para alguien que vivía de la escritura y de las imágenes, de crear sensaciones y emociones? Podía haber sido su muerte, si no física, solo tenía 61 años, si intelectual. Pero no. Y esa es la razón por la que he querido usarlo de ejemplo en esta charla.
En lugar de encerrarse en su casa a lamerse las heridas mentales, Jordá decidió sacar partido a su enfermedad y transformarla en una fuente de creación. La enfermedad le liberó de tener que ser correcto, de tener que hacer lo que debía y le permitió hacer lo que quería: cine en estado puro. Lo primero para conseguirlo era encontrar aliados. Y así nació una de las iniciativas pedagógicas mas importantes de la historia reciente del cine español: el máster de documental de creación de la Universidad Pompeu Fabra. Jordá necesitaba ayuda para escribir, para rodar, para montar y que mejor colaboración que los estudiantes de la Pompeu que se entregaron a sus enseñanzas. Monos como Becki, la película que os he enseñado al empezar esta charla fue la primera de una serie de proyectos que han dado films multi premiados y prestigiosos como En la ciudad o La plaga.
Jordá comienza en este film muchas cosas, muchas vías: la amistad y colaboración con algunos de sus alumnos; la ruptura entre el delante y el detrás de la cámara; el descubrimiento de otra realidad posible… Monos como Becky es un film realmente importante: fundacional. Desde su limitación, Jordá se dio cuenta de que el cine era un espacio de libertad donde todo se podía hacer. Perder una parte de la capacidad del cerebro le hizo sacar partido de las otras. Es un ejemplo perfecto de recreación.
La casualidad hizo que el film que estaba preparando Joaquín Jordá antes del ictus tratara sobre Egas Moniz y su aportación discutible al mundo de la neurocirugía con el uso de la lobotomía. Para él, fue útil y muy interesante reconvertir el guion tradicional en un experimento cinematográfico absoluto. Lo que era un proyecto se convirtió en una necesidad personal.
Necesitaba explicar lo que le había ocurrido, cómo había modificado su visión, tanto en sentido literal como conceptual. Por una parte, le afianzó en cierto radicalismo en la manera de ver las cosas, pero también le dio mayor capacidad de aceptación de la variedad del mundo. El infarto cerebral, el rayo que le transformó la vida haciéndole renacer, cuando todo hacía pensar que estaba acabado, está en el origen de este film insólito e inclasificable. Monos como Becky es una película que habla de locura y de inteligencia, pero sobre todo habla de diversidad.
Recuerdo algunas palabras de Jordá sobre Monos… que me vienen muy bien para explicar porque hablo de él. “Cualquier trastorno mental, decía Jordá, es como un rompecabezas, lleno de absurdos y contradicciones que, ordenadas convenientemente tienen su lógica. Entre el enfermo mental y el sano no hay, en realidad, ninguna diferencia. Se trata solamente de una cuestión de grado. No hay una puerta que separe a normales de anormales. Hay una enorme zona intermedia transitable por cualquiera de nosotros. Y es, también un problema de posiciones sociales: bien situado, si haces cosas extrañas, te llamarán excéntrico; si eres un pobre desgraciado y haces lo mismo te encerrarán en un manicomio”.
Quizás por eso decidió rodar parte de la película en un sanatorio mental del Maresme y con auténticos enfermos mentales.
En este punto me gustaría hacer una reflexión. Las tres interesantes películas que se han visto estos días nacen de la enfermedad y desde ella llegan al cine. El recorrido es: enfermedad-cine-enfermedad. El caso de Jordá es diferente. El recorrido es cine-enfermedad-cine. Jordá no hace documentales, no hace ficciones. Se utiliza a sí mismo como objeto de narración, pero no en un sentido autobiográfico puro. Él lo explicaba muy bien. “En Monos como Becky hay una inspiración de ficción y una realización de documental. Yo siempre he pensado que en todos los campos los seres híbridos son más interesantes que los puros y lo mismo pasa con los géneros: los híbridos ofrecen más riqueza y capacidad.”
El hibrido en este caso era la mezcla de tres relatos: un documental sobre Egas Moniz y su aportación a la medicina; la puesta en escena de una obra sobre un momento determinado de la vida de Moniz por parte de un grupo de enfermos mentales del Sanatorio de Malgrat; el rodaje de la película con él mismo como actor colándose en el plano continuamente e incorporando su propio proceso al conjunto. Algo completamente nuevo. El mejor ejemplo de cómo usar el cerebro en el cine.
Jordá consiguió el equilibrio entre los tres relatos, pero el que más impresiona es el de su propia historia filmada en color por terceras personas, de manera que se diferencia por completo de lo que él rodaba directamente en el manicomio y en la historia de Moniz. Desde el principio, desde que tuvo la embolia cerebral, Joaquín decidió filmar muchas cosas de todo el proceso. Filmar la intervención quirúrgica en su cerebro, filmar análisis, conversaciones, pruebas de tratamiento. Tenía muchísimo material que decidió incluir en la película. Lo justificaba muy bien: “Incluir esto, eliminaba la prepotencia y la soberbia del ser normal, que se cree normal, que se llama normal y que se enfrenta al mundo de los locos como un mundo de anormales. Yo me sentía en una fase intermedia, como en un eslabón, no perdido sino encontrado en esta cadena entre anormalidad y normalidad alguien que rompe una barrera invisible, da un paso más allá, y no puede regresar. Todos vivimos en algún momento determinado este paso. Unos tenemos la suerte de salir ilesos y regresar, y otros tienen la mala suerte, u otra suerte, de quedarse. Mala suerte porque reciben un trato cruel, duro, segregador, pero es otra suerte porque realmente viven otra vida, no diría que más rica, pero en algunos aspectos mucho más libre, pese a que estén encerrados.”
En una de sus últimas entrevistas sobre la película Jordá decía: “En aquel momento y todavía ahora, ya no me veo en los espejos, por esta lesión cerebral. O sea, yo me veo de una manera rara en un espejo, no me identifico, puedo distanciarme mucho de la imagen que reflejo”.
Parece que estas palabras del año 2000 se le quedaron en la memoria (que no había perdido) y tras hacer una película impresionante como fue De nens, sobre el proceso de pederastia en el Raval de Barcelona, y una vuelta a los obreros de Numax en Veinte años no es nada, Jordá se embarcó en la que iba a ser su última película Mas allá del espejo, donde volvía al tema del cerebro y sus distintas maneras de comportarse a través de su propia experiencia y las de tres mujeres con problemas neurológicos parecidos a los suyos. Con este film, Jordá cerraba con un nuevo trabajo de no ficción, el estudio iniciado con Monos como Becki ocho años antes.
Mas allá del espejo es una película militante a favor del enfermo mental. Una reivindicación de que la vida puede ser muy dura pero hay que vivirla como uno quiera y no permitir que nadie te la haga vivir de otra manera.
Más allá del espejo no es un falso documental, ni una docuficción, vuelve a ser un productor hibrido que se adentra en el mundo de los que padecen agnosias y alexias, enfermedades cerebrales que conllevan diferencias sustanciales a la hora de percibir eso que llamamos 'realidad'.
El inicio de toda esta historia es un artículo que apareció en la contraportada del diario El País. El escrito narraba el caso de Esther Chumillas, una chica de 18 años, agnósica desde los 15 como consecuencia de una meningitis mal diagnosticada. Cuando lo leyó, Joaquín Jordá, se puso en contacto con ella y empezaron una relación de amistad que fructificó en un guión escrito por Jordá con la colaboración de Laia Manresa. El titulo, Más allá del espejo, es un homenaje al libro de Lewis Carroll.
Para el director, Esther era una Alicia que avanza en el tablero para ser reina. Esther consigue su objetivo: un trabajo, una casa propia y un novio con el que compartir su vida. Lo mejor de este experimento de neurocine, término que se me acaba de ocurrir escribiendo este texto, es su absoluta vitalidad, el tono positivo de las tres historias que se cuentan, historias de superación en la que el cerebro es el motor de los cambios que afectan a Esther, la chica con agnosia que ha conseguido superar la parálisis y ahora da clases a niños con problemas; a Rosario, la profesora murciana que padece alexia y a Yolanda, la chica ciega que ha superado su situación. Tres historias y la de él mismo, enfrentado en ese momento a un cáncer que había conseguido dominar y convertir en creación, como nueve años antes había convertido el ictus en motor de vida.
En nuestra última conversación me habló de su enfermedad con una entereza y una sencillez que desarmaba; habló del ictus, del coma, del cáncer. Habló de cómo había cambiado su vida para bien después de cada uno de estos “incidentes”. “Nunca habría hecho las películas que he hecho si no hubiera tenido el infarto cerebral. Mi idea, antes de eso, era retirarme a leer todo lo que me faltaba por leer. Como me quedé sin esa posibilidad, busqué en la imagen una ayuda y la imagen me llevó a hacer el cine que he hecho en estos diez años”. Habló del cáncer no como un enemigo al que vencer, sino como algo con lo que convivir, aprendiendo de él cada día. Habló del inmediato pasado y el inmediato futuro. Acabar el film que tenía entre manos, comenzar un musical… Fue impresionante. Entonces no me di cuenta, pero fue una despedida. Acabó el montaje de Mas allá del espejo un martes y se murió el sábado siguiente. Hasta el final fue capaz de usar su cabeza para moldear su vida. Y su muerte. Tenía 71 años.

Hace un momento he hablado de neurocine, un término que pensaba se me había ocurrido al recordar el trabajo de Joaquín Jordá. Para no meter la pata he buscado en Internet (el cerebro por excelencia) si existía y me he encontrado que sí. Existe. El término neurocine se define así:
“Las neurociencias también se están aplicando al cine. Concretamente al cine de terror. Si una de las aplicaciones más claras del neuromarketing era obtener insights para construir anuncios más eficaces (que conecten con las emociones de los receptores), parece lógico que el neurocine se aplique a obtener las reacciones emocionales que la película precisa en cada momento: miedo en las escenas de terror, agrado para “el bueno”, asco para “el malo”… No es nada que los directores de cine no estén haciendo ya, solo que ahora disponen de todo un soporte científico para tomar decisiones.”
Fue muy interesante leer este pequeño texto porque me daba pie a introducir la primera película de la que me gustaría hablar, una joya de los estudios Pixar, estrenada hace tres años, Del revés, o como se titula en su versión original Inside Out.
Antes de seguir me van a permitir una pequeña digresión personal: Cuando yo era pequeña, mi madre, que era una gran narradora de cuentos inventados, me contaba que dentro de nuestro cuerpo había unos enanitos que se ocupaban de que todo funcionara bien. Había enanitos que recibían la comida, otros se encargaban de que la sangre no se perdiera entre los miles de caminos que tenía que recorrer, los enanitos se cuidaban de que no me doliera nada. Cuando me dolía algo yo le preguntaba por qué y me decía: los enanitos están tristes o enfadados, tenemos que contentarlos, vamos a curarte. No sé que me imaginaba yo entonces, pero la idea de que mi cuerpo estaba habitado por esos enanitos buenos que nunca dejaban de trabajar me gustaba mucho. Cuando vi Del revés, sentí que los cuentos de mi madre se hacían realidad. Ahí estaban los enanitos en forma de cinco emociones de colores: alegría, tristeza, asco, ira y miedo. La película de Pixar concebida por John Lasseter y Peter Docter, es extraordinaria y me sumergió en un largo viaje a la infancia, a uno de esos recuerdos dorados de alegría en que estaba sentada al lado de mi madre con dos o tres años, escuchando sus cuentos de Flor de Pan y Raspa, los nombres que mi madre daba respectivamente a la Alegría y a la Ira. No había nombres para Tristeza ni para Asco, tampoco para el Miedo que mi madre intentaba que no sintiera por nada.
Fin de la digresión personal. Vuelta a la joya de Pixar y el porqué la utilizo como ejemplo de la perfecta pareja cine/cerebro.
Veamos un pequeño fragmento antes de seguir:

Del revés es mucho más que una historia para niños que disfrutan los mayores. Es un auténtico viaje al fondo de la mente, un viaje fantástico con trenes, laberintos, puentes, abismos, refugios en parques temáticos, recuerdos que se pierden, sueños que se desvanecen, y nuevos mundos que se crean. El difícil proceso de hacerse adulto, el salto de la niñez a la adolescencia, seguramente el más complicado que se ha de dar en la vida porque todo cambia: el cuerpo, los deseos, las relaciones, el mundo,… todo absolutamente todo cambia en el momento en que dejamos definitivamente la infancia en el pozo de la memoria y comprendemos que la alegría sin la tristeza no sirve para nada.
La historia es la de Riley, una niña desde su nacimiento hasta que deja de ser niña. Pero no es la historia de esa niña desde fuera, sino desde dentro: el inside del título original. Lo que vemos es como las emociones en forma de personajes personalizados en colores, se mueven por el complicado entramado de la mente de Riley: la dorada Alegría, la azul Tristeza, el morado Miedo, la verde Asco y el rojo Ira.
Lo más interesante de la aventura mental de estas cinco emociones es que no solo deben regir los comportamientos y reacciones de Riley en su vida cotidiana, sino que deben ocuparse de almacenar ordenadamente los recuerdos y conseguir un equilibrio en su estado mental, no dejando que ninguna de ellas domine de forma abusiva las demás. Decidir lo que hay que recordar y lo que se puede olvidar, aprender a compensar la felicidad con la tristeza en un balance indispensable para vivir, controlar la ira, pero no apagarla, moldear el asco para saber apreciar las cosas que pueden ser desagradables en una época, pero que pueden serlo menos en otra y sobre todo, y es lo más importante, entender el miedo sin dejar de sentirlo, pero sin darle un lugar dominante en el cerebro.
Otra de las razones por la que decidí hablar de esta película es porque me parece que es una de las mejores maneras de explicar a los niños lo que pasa en sus cabezas. No tanto para que entiendan lo que es el cerebro, sino para que sean capaces de reconocer sus emociones. Eso y una forma muy visual, divertida y nada académica de explicar porque se pierde la memoria o se cae en enfermedades mentales cuando se pierde el equilibrio entre las cinco emociones que rigen nuestra vida.
Estaba preparando este texto cuando apareció en La Contra de La Vanguardia del 25 de enero una entrevista de Ima Sanchís con Sydney Pinoy-Peyronnet, uno de los impulsores de los que se denomina Neurofeedback que parece la teorización científica de lo que cuenta la película de Pixar: Entre otras cosas el científico decía:
 Nuestro cerebro procesa unos 60.000 pensamientos al día. Muchos de ellos son absurdos o repetitivos. Más del 90 por ciento se repiten y alrededor del 80 por ciento son negativos.
Igual que entrenamos un músculo, podemos entrenar nuestro cerebro con técnicas de neurofeedback para mejorar su funcionamiento. Neurofeedback es una retroalimentación neuronal, una técnica que consiste en el registro y análisis de la actividad eléctrica del cerebro, las ondas cerebrales. Nuestros pensamientos y emociones afectan a nuestras ondas cerebrales y a nuestra química, y viceversa.
El neurofeedback es una manera de conocerse, tú sabes qué ondas estás usando en ese momento y aprendes a variarlas en respuesta a señales de audio y señales visuales. El aprendizaje funciona con automatismos, no somos conscientes, es un entrenamiento cerebral para tomar conciencia de cuándo lo estamos haciendo bien y cuándo lo hacemos mal. Se trata de identificar qué pensamientos nos ralentizan, en qué momento caemos en el patrón negativo, y de crear nuevas rutas neuronales.” No tengo ni idea si esto es bueno o malo, si funciona o no. Simplemente me hizo gracia que lo que este hombre contaba fuera una especie de sinopsis de este film.

Soy una lectora asidua de La Contra de La Vanguardia, las siempre curiosas entrevistas que hacen cada día, Víctor Amela, Ima Sanchis y Lluis Amiguet. Fue en una contra del 4 de marzo donde descubrí un científico muy especial, Mario Lanza, nano científico y nano tecnólogo. Lo que me llamó la atención en esa entrevista fue lo que decía sobre la miniaturización.
“-¿Cuál ha sido el mayor avance desde entonces en computación? pregunta Víctor Amela.
-¡La miniaturización! Cada dos años, doblamos las prestaciones de computación en la mitad de espacio: es la ley de Moore, y sigue cumpliéndose gracias a la nano electrónica.”
Un poco mas adelante, el científico habla de la Nano medicina:
“-Si tienes un tumor, inyectarán en tu torrente sanguíneo una nano partícula que lo localizará y lo combatirá, sin estresar el conjunto de tu organismo con quimio o radioterapia.”
Estas dos ideas juntas me trajeron a la memoria una película que tenía un poco olvidada. Viaje alucinante, de Richard Fleischer, del año 1966 que un año después se convirtió en una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. ¿Por qué me la recordó? Este es su argumento:
En plena Guerra Fría un científico soviético, especialista en la miniaturización de objetos, deserta a los Estados Unidos. En la fuga es ayudado por un agente de la CIA, que no puede evitar un intento de asesinato que deja al científico en estado de coma. Los americanos deciden aplicar por primera vez la tecnología de miniaturización para salvarle la vida. Cuatro hombres y una mujer: un agente de la CIA, un piloto, dos científicos y una asistente de cirugía, tripulando un submarino llamado Proteus, son reducidos al tamaño de una bacteria e inoculados en el sistema circulatorio del científico, con la misión de viajar hasta su cerebro, encontrar y destruir la trombosis que está por provocarle la muerte. Tienen solo una hora para realizar la operación, ya que el estado de miniaturización se revertirá al fin de ese plazo, arriesgando ser detectados y atacados por el sistema inmunológico del paciente. Después de realizar una travesía llena de peligros, logran cumplir con su misión, y faltando solo segundos para el plazo final, consiguen llegar hasta el ojo por donde salen y regresan a su estado normal.
¿No es una premonición de lo que explica Mario Lanza en la entrevista? Volví a verla por si acaso tenía una idea equivocada o por si había envejecido mal. La verdad es que se aguanta muy bien aunque los efectos especiales dejan mucho que desear si los comparamos con las maravillas que se hacen ahora. Pero ¿me servía para esta charla de cine y cerebro, una pareja perfecta? Pensé que si.
Sí, porque hablaba de la relación entre medicina/ ciencia y curación.
Sí, porque el viaje alucinante al cerebro me parece que es una de las grandes aspiraciones de la neurocirugía.
Sí, porque con este film podía hacer referencia a todas las películas de ciencia ficción que se han acercado a lo que se puede considerar la última frontera de la humanidad, a ese territorio desconocido y apasionante que es el cerebro. Y también, sí, porque en una sola línea del diálogo pone en evidencia dos conceptos de la ciencia.
Acabo con esa secuencia. Después podemos hablar de la extraordinaria relación de cerebro y cine y sus muchas maneras de pensarla.
Gracias por su atención.




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